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Hace apenas tres décadas, la isla abandonada

Afortunadamente, los tabarquinos, tanto natales como oriundos o simpatizantes de la isla, nos estamos acostumbrando a encontrar en los medios de comunicación buenas noticias, tanto en cuanto a la conservación del patrimonio natural e histórico como a la explotación, bien entendida, de sus posibilidades turísticas, llámense de sol y playa como culturales y medioambientales. El empedrado de sus calles, la restauración de sus edificios históricos y lienzos de muralla, la preservación de su fauna y flora, marina y terrestre, son noticias ya vividas o en proceso de serlo, a las que se unen las más recientemente anunciadas como la adquisición y musealización de la Torre de San José y la Casa de «El Campo», el acondicionamiento de las bóvedas de artillería y los almacenes militares del siglo XVIII, el desarrollo de los senderos culturales y medioambientales, tanto terrestres como submarinos, las mejoras en el proceso y eliminación de residuos, o el tan traído y llevado derribo de las construcciones ilegales.

Pero hace apenas tres décadas, el panorama era diametralmente opuesto, y buena prueba de ello es el artículo consultado en el hemeroteca del Archivo Municipal de Alicante, firmado por Fernando Gil, con fotografías de Arjones, que viene recogido en las páginas 6 y 7 del Diario Información del 7 de noviembre de 1981, como tercera entrega de la serie La ruta de las 12 pedanías de Alicante, y cuyo título habla por sí solo: La isla abandonada.


Es natural que los isleños, los pocos vecinos que quedan en Tabarca, se sientan abandonados; peor aún, discriminados. Y lo es por cuanto se les niegan muchas cosas, se les rechazan clamores vertidos durante decenios; en todo caso, se les promete. Haremos, traeremos, instalaremos... son expresiones comunes que el pueblo escucha con fe, pero que olvida inmediatamente. El puerto; el suministro de agua potable y el eléctrico, racionados; la limpieza, la basura, la soledad de una isla que busca a un sacerdote; la escuela casi totalmente vacia de niños, pero con maestra. Tabarca.


Superado oficialmente el verano y aun cuando a l'illa siguen llegando los domingueros del yate, Tabarca ha recuperado su paz y tranquilidad clásicas de la temporada otoño-invierno. Es el momento del análisis, es el tiempo de hacerse unas reflexiones, y medir la enorme distancia que hay entre una isla superpoblada en verano (aunque sólo sean visitantes de unas cuantas horas) y esa otra isla semidesierta, ésta que ahora pisamos en la calurosa mañana de finales de octubre. He estado aquí docenas de veces, y siempre, en todo tiempo, he escuchado lo mismo: Tabarca no tiene salvación si sigue así, pero Tabarca puede ser salvada.

Hay que alargar el puerto

Viajo en el «Playa de Tabarca», que tiene base en Santa Pola, propiedad de Tomás Parodi Ruso, y es innecesario decir que es tabarquino.
—Es el último viaje de la temporada; ahora, a pintar, a reparar, a poner el barco en condiciones para la próxima temporada.


Es un barco grande, lustroso, moderno, que vale unos 30 millones. Es la vida de Tomás, el trabajo de Tomás.
—En julio, agosto y septiembre hacemos ocho viajes cada día; en junio y octubre vamos sólo cuando vienen grupos, como ahora, que han llegado 20 alemanes desde Calpe. En Santa Pola somos tres los barcos que hacemos la travesía a l'illa, y en Alicante hay dos. No hemos tenido un solo accidente en los últimos años, algún mareo y pare de contar.


Tomás me habla de las dificultades que tienen para atracar en Tabarca. Son problemas causados por los fondos del puertecillo y por el escaso sitio que tienen para estacionarse.
—Es que en verano coincidimos muchas veces los cinco barcos, y como sólo disponemos de 20 metros, pues hay que hacer muchas maniobras, para la carga o descarga del pasaje e inmediatamente, para que pueda entrar otro compañero, salimos del puerto y permanecemos en las inmediaciones.

No hay que olvidar que los tabarquinos siguen teniendo su flotilla, que aún quedan varios que viven por y de la pesca, y que naturalmente han de disponer de atraque permanente, y hay que acordarse de los yatistas de la capital y de otros lugares, que acuden con frecuencia, días de fiesta y domingo, a la pesca.
—¿Entonces?
—Mire usted, se lo voy a decir yo con toda claridad.

El veterano pescador, que trabajó en la almadraba hasta su desaparición, puntualiza:
—Todos los males de Tabarca vienen del hombre que promete y no cumple. En el puerto no se ha hecho nada en los últimos años y el pescador tiene que emigrar. Hacen falta cien metros más, no sólo para atender a quienes aquí quieren venir, o para nosotros o para los barcos de pasaje, sino para que los barcos anclados en el puerto tengan protección en los temporales, que los padecemos con mucha frecuencia. Pero aquí hay muchas promesas, todo son promesas, y la isla sigue igual.


En el grupo hay quien recita esta coplilla tabarquina y popular:
Todos se han vuelto sentones,
mesquites y mes mesquites,
todo son predicaciones.
Tabarca necesita
más pan y menos sermones.
Lo recitan hasta los niños, los pocos que quedan en l'illa.

¿Dónde está el sacerdote?

El único chiringuito que queda abierto es el «Rincón de Ramos», donde me dicen que sí puedo comer caldero.
—Que mi marido ha pescado esta mañana una alacha, aunque empiezo con bacalao fresco, rebozado y frito, sabrosísimo, y unas sardinas.

Pero los ojos nuevos en la isla, que me acompañan, no ven en la oferta nada de carne.
—¿Carne? Ni de pelo ni de pluma, en la isla no hay nada; si algún enfermo ha de comer carne, se la traen de Santa Pola. Como traen las patatas, el vino, el agua; las aceitunas, el tomate, la lechuga y el aceite de la ensalada; el pan que comemos, la cerveza del aperitivo.

Me comentan el último signo de abandono, como la más reciente de las huidas.
—Este año han nacido en la isla dos niños; bueno, han nacido en Alicante, pero son de la isla, y aquí los trajeron, y resulta que hubo que llevarlos a Santa Pola a bautizarlos, que el párroco no vino, que apenas si aparece por aquí. ¿Es o no es Tabarca una isla abandonada?


Otro caso, el de dos fallecidos este año, que fueron enterrados sin auxilios espirituales. Contrasta esto no sólo con la espléndida iglesia, sino con su conservación interior, admirablemente limpia.
—Y no hablemos de primeras comuniones, ni de bodas.


Quiero conocer el grado de escolarización de la población infantil, que hay escuela y hay maestra. Pero no hay alumnos. El número no me ha sido posible obtenerlo con rigor, pues unos me decían que había seis alumnos y otros que más, que eran ocho.
—Se marcharon los padres y se llevaron a los críos, casi todos a Santa Pola, y lo que ocurre es que así se está perdiendo la vocación marinera, ya no «salen» pescadores, los chicos quieren otros oficios, ¿usted sabe lo que es vivir aquí, con el agua potable racionada, con la luz racionada, esperando siempre que el mar no impida que lleguen los suministros.

Desde Calpe a Tabarca

Rainer Straubel es un avispado guía turístico con sede en Calpe. Hoy ha traído a 20 alemanes, el último lote de este verano.
—Desde julio a hoy he traído desde Calpe a unos 1.500 alemanes, les entusiasma saber que hay una isla habitada.

Los turistas han visitado la iglesia, y han ofrecido sus generosas donaciones.
—A lo largo del verano habrán dejado unas 30.000 pesetas para el templo.


A los tabarquinos les gustan las visitas, y es natural, pues ambientan las largas horas de soledad.
—Ojalá vinieran también en invierno, que nos quedamos cuatro gatos.
—¿Cuántos?
—Pues yo creo que quedaremos unos sesenta...
—¡Qué va!, —dice otro contertulio—. Si llegamos a cuarenta, felices.

Conviene decir que el censo municipal de la isla da la cifra de 159 habitantes.

La que no se va de «l'illa» es la decana del vecindario, María Parodi Ruso, que D. M. cumplirá 93 años el próximo día 22 de diciembre. Esta casi centenaria tiene dos hijos, dos nietos y tres biznietos.


En el capítulo de lo positivo, las inminentes obras de restauración de las murallas, y la designación de un correo-cartero, cargo concedido a Tomás Parodi Ruso, que hará tres viajes a la semana, desde Santa Pola, y en caso de urgencia, avisos inaplazables, telegramas, etc., cuantos desplazamientos sean necesarios.

La isla es «conjunto histórico-artístico», pero el decreto no impide la creciente desolación. Un largo vacío, un hoyo profundo donde quedan sepultadas las promesas.

La doble página que abarca el artículo finaliza con una pequeña reseña histórica, precedida de un dibujo de Arjones, cuyo titular deja una clara idea del proceso de deterioro que la isla ha sufrido con el paso de los años, reflejado en la evolución del número de sus habitantes.

Si de algo puede envanecerse Tabarca es que en torno a la isla hay una espléndida bibliografía y, más aún, una copiosa documentación histórica. Poemas, novelas, libros, tesis doctorales, ensayos, análisis folklórico, estudios sobre la pesca y hasta jugosas fábulas y monografías sobre ilustres personajes que fueron desterrados a la isla, todo ello forma una sugestiva lectura digna de ser divulgada, por si acaso así se crea un clima propicio para salvarla del abandono.

Tabarca ha tenido muchos nombres, y en el índice quedan los de Isla Planesia o Isla Plana, es evidente que por carecer de montículos; de San Pablo, por creer la tradición que aquí estuvo el Apóstol; de Santa Paula, por lo mismo y su proximidad a Santa Pola; del Puerto Ilicitano, y Nueva Tabarca. Para quedarse con el simple Tabarca, inscribiéndose definitivamente en el término municipal de la capital al formar una de sus 12 pedanías.


La documentación histórica nos informa que «entre las muchas islas que pueblan el Mediterráneo hay una muy pequeña llamada Tabarca, distante de tierra firme de África poco más de un tiro de piedra, que estaba protegida y gobernada por la República de Génova y habitada por cristianos. Fue tomada por el rey de Túnez el año 1741, quedando todos cautivos por este rey bárbaro. Así permanecieron durante más de 15 años, hasta que moviéndose guerra entre Túnez y Argel, sin dejar de ser cautivos pasaron a serlo del argelino, siendo llevados a Argel, en cuyo tránsito parieron muchas mujeres. En Argel permanecieron 12 años, hasta que Carlos III los redimió el año 1769, día de la Concepción Purísima de María Santísima, siendo conducidos primero a Alicante, y después a la Isla Plana de San Pablo, donde se construiría el poblado, del que aún existen algunos edificios, como la iglesia, la prisión, las murallas y la Casa del Gobernador, ésta prácticamente derruida».

Señalan los antecedentes históricos que con anterioridad exactamente en el año 1541, estuvo en la isla Carlos V, que volvía de Argelia. Cuando lo supo Alicante, los ciudadanos le enviaron «un bergantín con volatería, dulces, vinos, terneras y otros regalos».

Construido el caserío por Carlos III, éste declara que sus moradores estarán exentos del servicio de armas y del pago de impuestos, particularidad ésta última que estamos seguros está olvidada a efectos municipales.

Tabarca tenia 71 casas, y 442 habitantes en 1839; años después, cuando se hace el primer censo en España, la isla registra 412 vecinos; era en 1857, En 1930, la cifra sube a 550, para ofrecer un violento descenso en los últimos datos de empadronamiento, los de 1979, en que los censados son sólo 159. La caída es impresionante y justificativa.

Para finalizar, y a modo de apostilla, en el ejemplar del Diario Información del día siguiente a la publicación del artículo reproducido, es decir el 8 de noviembre de 1981, cuatro firmas redactaban una nota cuyo titular reforzaba los no pocos argumentos de Fernando Gil en el citado artículo.


Hace unos días estuvimos en Tabarca un grupo de amigos a disfrutar de esta agradable isla, pues son pocos los lugares que quedan sin contaminar, sin ruidos, sin urbanizar y demás cualidades, pero nuestra decepción vino al comprobar que casi todas las calas estaban llenas de desperdicios y basuras, la mayor parte vertida por sus habitantes que no tienen a su disposición, como tiene cualquier ciudadano, ningún medio, formándose en estos lugares putrefacciones, malos olores y con la consiguiente contaminación del mar. Todo esto es totalmente antihigiénico para estas gentes, por ello esperamos que el Ayuntamiento de Alicante solucione pronto este problema, pues estas personas tienen derecho a vivir en condiciones óptimas y nosotros, sus visitantes, a gozar de unas playas limpias.


En definitiva, a la vista de todo lo anterior y de esas noticias que, refería al principio, nos están haciendo ser optimistas, de acuerdo con que todavía hay mucho camino que recorrer, y que es cierto que la isla necesita argumentos que, simultáneamente, preserven su riqueza natural y su patrimonio, y faciliten por otra parte que deje de ser solo atractiva en verano, pero es evidente que no se trata de una carrera de velocidad, sino de fondo, una carrera que se inició años atrás, y todo parece indicar que vamos por buen camino para llegar a las metas que todos deseamos.

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