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Nueva Tabarca: Introducción a L'Illa

En la década de los 80, el grupo de música alicantino Mediterráneo titulaba su segundo álbum, el que le llevó a la fama, Tabarca. El tema que daba nombre al vinilo finalizaba de este modo:
 
...no cambies nunca, por favor, 
no admitas violación.
Que no comercien con tu paz.
Tabarca, eres una luz
en medio de la oscuridad.


Una definición perfecta del deseo de todo alicantino para un remanso de paz, a orillas del Mediterráneo, frente al Cabo de Santa Pola, que no por pequeño en extensión es pobre en historia, ese tipo de historia cargada de tanta anécdota que casi roza la leyenda.

Nueva Tabarca a vista de pájaro

La pequeña y plana extensión de tierra situada a 1,5 millas marinas del Cabo de Santa Pola o de l’Aljub, con 1.800 metros de longitud y 450 metros en la zona más ancha, ha tenido diversas denominaciones a través de los tiempos, siendo su nombre correcto el de Isla de Nueva Tabarca, o bien geográficamente el de Isla Plana, siendo el más popular sin duda el de Isla de Tabarca, Isla Tabarca, o simplemente L’Illa, aunque más que de una isla se trata de un pequeño archipiélago, ya que integra además de la isla principal los islotes de La Cantera, La Galera y La Nao.

La leyenda es rica en visitantes ilustres, desde el cartaginés Amílcar Barca hasta San Pablo, pero lo cierto es que no hay rastros de que haya existido más que un pequeño asentamiento romano hasta bien entrado el siglo XVIII. Templo de Apolo para los griegos focenses, fue también pisada por romanos y árabes, aun sin crear población estable alguna.

Carlos I de España y V de Alemania

En su parte más occidental y cercana a Santa Pola, está situada la fortificada Aldea o Partida Rural de Nueva Tabarca, desde su fundación adscrita al Ayuntamiento de Alicante. Dicha fundación fue consecuencia directa de la llegada a Alicante, el día 7 de marzo de 1769, de un nutrido grupo de presos por los que el Rey Carlos III había pagado rescate en las cárceles de Túnez y Argel, que permanecían  cautivos en ellas desde que los tunecinos devastaran el islote fortificado, de no más de 16 hectáreas, frente a la costa de la población tunecina de Tabarka o Tabarqah, conquistado a Túnez por el Emperador Carlos V -Carlos I de España- en 1540. Su actividad fundamental era la pesca, la industria y el comercio del preciado coral rojo que en el siglo XVI atrajo un importante número de comerciantes y trabajadores de la entonces República de Génova, por lo que dicho monarca alcanzaría un acuerdo con una de esas familias genovesas, los Lomellini, por el cual, a cambio de un permiso de pesca del coral, dicha familia se encargaría de mantener una prisión que había ordenado construir allí, así como de que ondeara en la isla la bandera española. 

Familia Lomellini

Durante décadas la isla prosperó, hasta que a comienzos del siglo XVIII se unió a la superpoblación de la misma una crisis en la obtención del coral, lo que provocó una emigración de genoveses a las cercanas costas del sur de Cerdeña, fundando las ciudades amuralladas de Carloforte, en la isla de Sant Pietro, y Calasetta, en la de SantAntioco, cuyos habitantes aún hoy se hacen llamar tabarquini. Pero este descenso de población animó a los tunecinos a tomar la isla por las armas en agosto de 1741, haciendo presos a sus habitantes, que fueron destinados a las galeras musulmanas o tomados como esclavos, algunos de los cuales en 1756 pasaron a continuar su cautividad en las cárceles de Túnez y Argel. De ellos, 566 eran de origen genovés y 309 naturales de la propia Tabarka.

Carlos III

En su condición de cristianos, los presos genoveses contaban con la asistencia del que era cura de Tabarka, Fray Juan Bautista Riverola, de la Orden de los Agustinos, igualmente cautivo, que logró hacer llegar una misiva a su Orden informando de las nefastas condiciones de vida de los cautivos, que llegó al Rey Carlos III firmada por varios religiosos de la misma, a fin de que mediara ante el Bey de Túnez para liberarlos, carta que coincidiría en el tiempo con la remitida por Campomanes al monarca, en la que recomendaba una guarnición en la alicantina Isla Plana para acabar con las incursiones de los corsarios argelinos, que se dedicaban a asaltar tanto a los barcos que navegaban por estas aguas como a las poblaciones costeras del litoral levantino, tomando frecuentemente como base de operaciones esta isla.

Conde de Aranda

Puesto en contacto Carlos III con el Conde de Aranda, especialista en la construcción de ciudades fortificadas, le encargó la urbanización y protección con murallas de una parte de la isla, siendo bajo su supervisión el ingeniero Fernándo Méndez de Ras el que finalmente proyectara la isla como plaza militar, aunque jamás se llegaría a concluir como tal, lo que dio origen al actual trazado urbano, su amurallamiento y la Torre de San José situada fuera del recinto, que ejercía una importante función defensiva y de vigilancia extramuros. Se utilizó para la obra piedra de la propia isla, concretamente del denominado por ello Islote de La Cantera, situado en la zona más cercana al Cabo de Santa Pola.

Primer plano de la isla (Fernando Méndez de Ras, 1772)

Así, siguiendo los planteamientos urbanísticos del siglo XVIII, se edificó una ciudad como una maqueta perfecta, rodeada de impresionantes murallas, muy bien conservadas en su mayoría, y con acceso a través de tres grandes puertas: las de San Rafael y de San Gabriel, ambas de estilo dórico, y la más orientada a Santa Pola, que disponía de un puente levadizo y en la que todavía puede leerse una inscripción latina que recuerda la edificación hecha por Carlos III, la denominada Puerta de Tierra, de Alacant o de San Miguel. Dentro de la fortificación es de destacar la antigua Casa del Gobernador de la isla, de dos plantas, la primera de las cuales se utilizaba como caballerizas, que durante un tiempo reconvertida en un pequeño hotel.

Cuevas del Lobo Marino

Se considera que, de conservarse íntegra y en buen estado, la zona amurallada sería por su envergadura la primera de las fortalezas valencianas. Goza de magníficas vistas a la ciudad de Alicante desde un acantilado bajo de roca redondeada llamado por los lugareños “El Puerto Viejo”, y a Santa Pola desde los parajes de La Cantera y la Cueva del Lobo Marino, una gruta de más de 100 metros de longitud, con estalactitas, en la que penetra el mar, y que tiene su propia leyenda de un tesoro perdido. Pero lo que más llama la atención al visitante por su monumentalidad, es la iglesia de estilo barroco dedicada a San Pedro y San Pablo, que resalta sobre el perfil de la isla.

  Nueva Tabarca (1929)


A la vez que se iniciaban las obras, Carlos III encargaba a la Orden de la Merced que gestionara el pago de 240 pesos en concepto de rescate por cada uno de los cautivos, circunstancia que se produciría el 8 de diciembre de 1768, llegando éstos al puerto de Cartagena, y de allí provisionalmente al Colegio de los Jesuitas de Alicante capital, hoy Convento de las Monjas de la Sangre, hasta la culminación de las obras, pues estos recién llegados serían destinados por Carlos III a poblar la isla, fundándose así Nueva Tabarca en la parte más occidental de la misma, dándosele condición de ciudad y eximiendo a sus pobladores de los tributos reales.

La denominación del asentamiento queda de este modo sobradamente justificada, así como la gran abundancia de apellidos italianos en la isla, de los que en la actualidad aún perviven, entre otros, los Ruso (derivación de Russo), Manzanaro, Parodi, Pitaluga (probablemente de Pittalucca), Luchoro (antiguamente Luccioro), Chacopino (de Jacopino) o Pianelo.




Actualmente, Nueva Tabarca es la única isla habitada de la Comunidad Valenciana. Fue declarada Conjunto Histórico-Artístico el 27 de agosto de 1964, el 4 de abril de 1986 Reserva Marina Natural, y más recientemente Zona de Especial Protección para las Aves por la Unión Europea. Es el centro de la buena gastronomía marinera, donde en especial cabe destacar el tradicional caldero a la antigua usanza de los pescadores, y rodeada de cristalinas aguas llenas de riquezas naturales que bañan una de la playas galardonadas un año tras otro con la bandera azul de la Unión Europea.

Los descendientes de los antiguos colonos, pescadores y calafates, la han abandonado en busca de trabajos menos rudos. Hoy apenas si tiene algo más de un centenar de habitantes que podamos considerar estables, 125 según el censo de 2005, pero en verano la visitan miles de turistas, y se cuentan por docenas las casas alquiladas para hacer más soportables los duros días estivales del litoral levantino y huir de la rutina del trabajo diario.




Isla de un Mediterráneo de lengua franca, de pilotos, de aventureros, de mercaderes, de marinos pescadores y almadrabas del atún, de mitos y prodigios, de mestizaje, Nueva Tabarca ejerce una poderosa fascinación en todo aquel que la visita. Visita por otra parte casi obligada, para todo aquel que viene a conocer la Costa Blanca, y que la puede realizar en cómodo paseo marítimo desde Alicante capital, Santa Pola, Guardamar y Torrevieja, así como desde el Mar Menor en La Manga, Murcia.

Pasearemos desde estas páginas, no sólo por su paz y sus parajes, sino también por las antiguas historias, casi leyendas, que rodean L’Illa, algunas de ellas ciertamente antiguas y sin embargo nuevas para casi todos, por su lejana cercanía y la poca documentación que nos ha legado. Piratas, cartógrafos, reyes, marinos, militares, naufragios, fiestas y tradiciones, en las que no va a faltar Les Fogueres de Sant Joan, se darán de la mano para sorprendernos y deleitarnos con los avatares de ese pedazo único de tierra alicantina.



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